EL ENCUENTRO (SEGUNDA PARTE)

El Encuentro

“Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios...  Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación. …Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte”
                                                                           1 Corintios 18:27
                Para muchos resulta el más conmovedor de los hechos que el Señor Jesús a los suyos vino y los suyos no le recibieron; para otros, es el hecho más contradictorio de la historia que el pueblo nombrado por Dios como “reino de Sacerdotes y gente Santa” cometiera este desliz histórico y religioso como lo fue el desconocimiento del Mesías anunciado y esperado por ellos…
            Antes pensaba que su falta de memoria y astucia en este momento tan preciso se debía al aspecto humilde y de pobreza del Señor Jesús. Ciertamente, no es la imagen que mentalizamos como la de un Rey que viene a liberar a su pueblo; sin embargo, esto también había sido anunciado por el profeta Isaías. La liberación de tal ceguera podemos entenderla más claramente en el libro de los Hechos.
 “Ananías se fue y, cuando llegó a la casa, le impuso las manos a Saulo y le dijo: “Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció en el camino, me ha enviado para que recobres la vista y seas lleno del Espíritu Santo”. Al instante cayó de los ojos de Pablo algo como escamas y recobró la vista… pasó varios días con los discípulos que estaban en Damasco, y en seguida se dedicó a predicar en la sinagogas…”                                                       Hechos 9:17-19
            Esta es la pregunta que siempre nos hacemos ¿Cómo los judíos no pudieron reconocerlo? ¿Cómo mi familia no puede entenderlo? ¿Cómo yo demoré tanto tiempo en creerlo? ¿Cómo no comprendía que mi condición pecaminosa me impedía acceder al Padre? ¿Cómo no entendía el concepto tan simple del sacrificio de Jesucristo en propiciación para obtener el perdón de mis pecados?
            Y salta este pasaje ante mis ojos, como si las escamas de Pablo además de ser un resultado de su encuentro con Jesucristo, fueran una ilustración divina de la ceguera espiritual que padecen aquellos que aún no han tenido un encuentro personal con Cristo. Solamente el Espíritu Santo “convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio.” Y ese es el motivo por el que aun los que parecían los mayores sabios y conocedores de las Escrituras en ese momento crucial no pudieron reconocerle.
            Mis amados hermanos y amigos, digo esto para aquellos que hemos tenido la bendición de guiar a una persona a realizar una oración de fe o de salvación. No incurramos en el error de considerar o pensar en que el milagro es de nosotros, sino que como Ananías, hemos sido enviados por el Señor para quitar las escamas de aquellos que vienen de encontrarse con el Señor.


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